miércoles, 1 de julio de 2009

¿Borramos?

Confieso que he borrado la memoria del mundo. Lo confieso lleno de vergüenza, con el peso de tal afirmación taladrando mi cerebro. Declaró mi obsesión por los principios eternos, los contenidos vacíos, las páginas borradas y rescritas continuamente, los tiempos míticos y esa eternidad de presentes en potencia, de acciones olvidadas en el mismo instante en que me encuentro redactando la última evidencia de mi existencia. He borrado todo.
Obsesionado por la aniquilación del recuerdo y la masacre de toda historia y memoria, he quemado, desvanecido, desaparecido y eliminado todo rastro de tiempo pretérito, sin olvidar los tiempos compuestos. Confieso lleno de dudas el éxito de mi empresa, frustrado ante la imposibilidad de compartir mis conocimientos con la humanidad. Humanidad que yo mismo he estancado en un presente.
Pasé noches enteras, pensando, maquilando y creando la estrategia maestra. La empresa resultaba titánica, pero mi frustración desde la infancia por el hubiera y los hechos sin posibilidades de cambio me regresaban al estado de aniquilación previa. Así pues, una noche cumplido mis veinte años decidí comenzar por examinar la fisionomía del objeto más preciado para mi y menos estudiado por el hombre: la goma.
Llámenla como quieran: borrador, eraser, borracha, gummi, gomme. La sola repetición con la conciencia de todas y cada una de sus implicaciones hasta hoy en día me asustan. Por más pequeña e insignificante que parezca, es y fue el arma más poderosa con la cual conté.
Mi curriculum de asesino serial de memorias y recuerdos comenzó con detalles mínimos. Mi goma y yo, borramos aquí y allá letras intermedias, iniciales y pocas veces finales. Mutilé los significados, alteré el orden establecido en todo sistema lingüístico. La memoria, mi memoria es ese eterno juez que repite en mi cerebro la acción del primer crimen. Mi victima, la palabra Jordan, escogida al azar. Mi estrategia dar por jubilada la “r”. Confieso que la sensación del primer acto vandálico lingüístico vertió tal cantidad de adrenalina en todo mi cuerpo que pronto mis crímenes fueron más allá. Las letras perdieron sus extremidades, una p se convirtió en o mientras que a la ñ no tuvo más remedio que aceptar la identidad de una n, esfumé las tildes ( arma secreta del pretérito) y así palabras como mendigo y mendigó dejaron de causar problemas semánticos y fonéticos a la humanidad, las palabras perdieron por completo letras, las frases signos, las oraciones verbos, los párrafos oraciones, los textos párrafos y así hasta que un día la necesidad del verdadero vacío llegó a mi mente. Podía ir libro por libro, periódico por periódico borrando aquí y allá, alterando notas, fragmentos, cartas, cambiando motivaciones creando un caos gramatical y comunicativo entre la especie humana, pero nunca sería suficiente.
El ser humano, es la especie más obsesiva que he conocido. Buscan por todos los medios, comunicar y ser comunicado de las acciones del pasado, de la constante afirmación de origen e identidad y es que para alguien como yo, aquello era un crimen aún mayor. Cargar con el peso de una infancia, de una juventud y en un futuro de una madurez llena de errores crispaban mis nervios. El tiempo del acto casi suicida había llegado. La aniquilación de los recuerdos por transmisión verbal, era un mal necesario.
Bajo medios científicos que temo revelar por un posible mal uso, aún cuando se del éxito de mi empresa, logré llegar al hipocamo parte importante del proceso de aprendizaje y de la memoria a corto plazo. Aniquilado él, la parte del cerebro donde los recuerdos a corto plazo se transforman en recuerdos a largo plazo, para luego ser almacenados en otras áreas del cerebro, irónicamente eran ya cosa del pasado.
El proceso tomó su tiempo, algunos seres humanos se rehusaban a perder sus recuerdos, aferrados al ayer pasaban horas enteras resolviendo juegos de destreza mental, tomando pastillas para la memoria, escribiendo por todas partes el nombre de los objetos, identificando y siendo identificados por los otros, algunos muchos mas temerarios corrieron a tatuarse desde el patronímico y apodo hasta los restos de vocablos de las extremidades del cuerpo. La peste del olvido comenzaba a invadirlos. Por las noches, familias, enamorados y amigos que aún se recordaban lloraban al saber que pronto se olvidarían y peor aún el día menos esperado, incluso se olvidarían de ellos mismos.
Poco a poco, no sé si fue resignación o completo olvido, pero la especie humana comenzó por vivir en el presente. Todos los días eran lunes, las acciones se repetían una y otra vez. Astutamente mis cálculos de años me habían llevado a descifrar la fórmula entre la exactitud temporal y espacial entre el número de habitantes y número de recuerdos y fue así como la humanidad perdió toda memoria y sentido del pretérito un lunes 21 de enero.
Glorioso 21 de enero, los saludos cordiales entre una Mariana y un Juan, entre un jefe y su secretaria, las tormentosas despedidas entre enamorados, acabaron. Nunca más se suscitaron equivocaciones amorosas, se esfumaron las responsabilidades escolares y laborales, el gorroso presente para el cumpleaños de la abuelita, de la mamá, del tío, del novio, en fin, los aniversarios, las citas laborales, las fechas límites de pago de tarjetas de crédito. Todo era un presente y al caer la noche, el eterno momento estaba allí con la puesta de sol.
Pronto comprendí la soledad de la goma en un estuche de colores. Trágico 21 de enero. Día en que perdí, amigos, familia, amores, recuerdos y errores. Si bien pasé uno o dos años feliz de ver el caos, la indiferencia humana, la individualidad y capacidad de supervivencia, nunca fue suficiente.
Pude arrancarles la memoria, desvanecer todo testimonio escrito y hablado, borrado con mis propias manos la sintonía de vaivenes de una historia sin futuro, pero nunca logré comprender su necesidad de pertenecer a una colectividad, de aferrarse a un pasado y sentirse completos al reconocer sus errores, aciertos y misterios de la edad.
Confieso que borré la memoria del mundo. Soy culpable del fin de una humanidad, de un progreso testimonial y hoy después de cuarenta años de existencia e investigación científica he descubierto el verdadero significado de la aniquilación total.
Hoy, ojala pudiera decir ayer, he de destruir la última evidencia del pasado humano. La verdadera y real aniquilación del último vestigio viviente de aquello que en mis tiempos llamé pretérito. Mi historia, mi memoria, mi identidad, yo y después…la nada.


Mayra Z.